Yo no creo en ese cuento del destino.
BASTA, no quiero más, quiero salirme de esta partida. Perdi todo. ¿Qué más quieren de mí? Ya no tengo más que apostar, no quiero más cartas que llenen esta mano maldita de puro dolor y encierro, olvido y tristeza disfraza de rencor. El sudor cae por mi frente quemada por el sol, o quizás son lágrimas que regresan al cielo a perderse mediocremente entre las nubes. Mediocre, si mediocre como todo lo que hago. ¿Hay peor muerte que la homogeneidad? Rezo por un poquito de color, desteñí toda mi cabeza y ahora sólo me veo en blanco y negro. Gris, más aburrido, como todo alrededor. ¿A dónde fueron las emocionesss que se escondían a la vuelta de la esquina para caerte desde una ventana y llevarte en espiral hacía lo más desconocido de lo cotidiano? Me cansé de saltar charcos, fui por lo seguro, los evado, rodeo, ignoro. Ya no cruzo por la mitad de la calle, no me tiro al llegar a lo más alto de lo que podría hamacarme, no vago por las calles de Buenos Aires buscando a ojo telescópico las maravillas nunca inventadas. Me siento estática, un punto en medio de la nada detenido por la fuerza de la rutina, de lo repetitivo, de lo conocido. Llena de polvo, inmóvil, pero mi cabeza dando m i l y u n a v u e l t a s, una y otra vez la calesita realiza su recorrido, gira gira gira sin parar, hace lo que sabe, GIRAR. Soy la única a bordo, aferrada al mástil gritándole al silencio que alguien por favor
ME BAJE DE ACÁ.